Los peces son animales que no suelen despertar ningún interés en las personas profanas en Historia Natural. La mayor parte de la gente no ha visto peces más que en los escaparates de las pescaderías o en alguna pecera, donde sin duda los pobres animalitos deben aburrirse horriblemente, y como en ellos no encuentra la viveza de los pájaros ni la expresiva belleza de las fieras, no cree que estos seres sean dignos de atención. En las travesías por mar, el pasaje apela a toda clase de recursos para matar el tiempo; pero son pocos los viajeros que, siquiera por entretenerse, se asoman a la borda para tratar de averiguar algo de la vida de los seres que pueblan el océano. Hace muy poco, volviendo de África, al pasar el Estrecho de Gibraltar, tuve la suerte de ver desde el barco dos cosas verdaderamente notables, y que no se pueden ver todos los días: una bandada de peces lunas, planos y redondos como gigantescos platos, y una pareja de peces sierras, con su largo hocico armado de dos series de dientes. Aparte de mi ayudante, ningún otro pasajero vió aquellos extraños seres, que hasta disecados en un museo resultan curiosos, cuanto más vivos y en su propio elemento. Abstraídos en sus conversaciones, en su mareo o en el ansia de llegar a tierra, ninguno pensaba que a pocos metros bajo sus pies existía un mundo tan maravilloso como poco conocido: el mundo inmenso de los peces.
Nota: Material digitalizado en SEDICI gracias a la colaboración del Dr. Hugo Luis López.
Profesor agregado al Museo de Ciencias Naturales.
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